Es la mañana del 1° de noviembre. Juan Alfaro sufre un paro cardiorrespiratorio cuando la ambulancia de la Cruz Roja en la que viaja se encuentra a unos siete kilómetros del Hospital Fernando Escalante Pradilla. Lo acompaña Jessy Solís, médica de la Unidad de Atención Integral (UAI) Pabru Presberi, el centro penal aledaño al CAI Antonio Bastida de Paz, donde Alfaro forma parte de la Escuadra A que se encuentra de servicio esa semana.
Poco antes, pasadas las nueve de la mañana, este policía penitenciario recibió un fuerte golpe en el lado izquierdo de la cabeza con una tabla durante un motín de los 96 privados de libertad del ámbito B1, que él y sus compañeros de escuadra tuvieron que controlar.
A las seis de la mañana se habían notado movimientos extraños entre los privados de libertad. Cuando Jonathan Aguilar, el feje de la policía penitenciaria del Bastida, recibió la señal de alerta, ordenó una intervención que, hasta ese momento, parecía de rutina. Los oficiales comenzaron a sacar a los privados a unos cubículos pegados a los dormitorios para requisarlos uno por uno, pero los funcionarios fueron bañados por una ola de insultos que retumbaron en las paredes del penal. Entonces, un privado trató de agredirlos mientras el cabecilla del pabellón se sumó a los insultos y comenzó a instigar a que el resto se levantara contra la autoridad.
“Tratamos de llevarlos a los dormitorios, pero empezaron a levantar bancas y a zafar las tablas de las camas. Algunos inclusive amenazaron al cuerpo policial con armas punzo cortantes”, recuerda Alfaro casi un mes después del evento.
Los oficiales, que solo pueden entrar a los pabellones con chalecos antipuntas y la vara policial, echaron mano de su entrenamiento para enfrentar el brote de violencia. Empujones, forcejeo cuerpo a cuerpo, golpes… cinco policías heridos. El calor del momento subía, pero como bien sabían, no podían utilizar armas de fuego, tanto por su seguridad como por la de quienes los estaban agrediendo.
Rápidamente, Aguilar, el jefe, llamó por radio para solicitar el refuerzo de la escuadra que estaba en descanso.
En unos 5 o 7 minutos, unos 30 policías estaban controlando la situación. Se logró introducir a los privados a los dormitorios y se cerró hasta que llegara la Unidad de Intervención (UIP), desde San José.
“Gracias a la llegada pronta del resto de compañeros logramos repelerlos. Lo importante de todo eso fue controlar el evento de manera de inmediata, porque si no lo logramos controlar para cuando llegue el apoyo podríamos estar lamentando muertos. Incluso logramos de manera muy pronta aislar a cinco privados de libertad en los primeros 15 o 20 minutos del evento”, explica Aguilar, orgulloso del trabajo de sus unidades.
En una hora y media, ya se encontraban en el centro tanto la UIP como el director de la Policía Penitenciaria, Pablo Bertozzi, así como unidades de apoyo de otros centros e, inclusive, de la Fuerza Pública. Mientras tanto, también había jueces pendientes del desarrollo del evento por si se hubiera requerido al OIJ.
Los protocolos se activaron en todos los niveles. Mientras las fuerzas policiales controlaban a los privados, toda la parte técnica, encabeza por la directora Yamileth Valverde y el coordinador de nivel institucional, Heriberto Álvarez, se encargaban de coordinar el traslado de los privados a otras áreas y a los centros médicos.
Mientras tanto, ya Juan Alfaro se encuentra estable y a las 11 de la mañana le dan de alta. Aguilar recibe cuatro puntadas y otro oficial de la Escuadra A, Geovanni Jiménez, es atendido por golpes en la mano izquierda, la cara y la cabeza, y es incapacitado. Cada miembro del equipo sabe que estas situaciones pueden pasar en cualquier momento, pero que no están solos, que la acción rápida y coordinada puede, como en esta ocasión, salvar vidas.